El 13 de noviembre de 1985 amaneció con un aire espeso sobre el norte del Tolima. Desde temprano, el cielo sobre Armero comenzaba a cubrirse con una bruma gris, mezcla de ceniza y preocupación. Aquel día, Leopoldo Guevara, director de la Defensa Civil en Venadillo, estuvo en el pueblo toda la jornada.
“Ya estaba cayendo ceniza y piroclásticos”, recuerda. “Me despedí de mi amigo Moncho Rodríguez, el alcalde, y él, llorando, me dijo: ‘Leopoldo, va a pasar algo grave, terrible’”.
Pese al presentimiento, nadie escuchó las advertencias. “Nadie me paró bolas, ni el gobierno central ni el departamental”, repite aún con frustración. Eran las cuatro y media de la tarde cuando emprendió el camino de regreso a Venadillo. Allí, con su pequeño grupo de voluntarios, empezó a alistar equipos por si algo ocurría.
A las nueve y media de la noche, en medio de una calma tensa, el periodista Hernán Castiñón Restrepo, desde el noticiero TV Hoy, lanzó una frase que lo cambió todo:
“Posiblemente el volcán Nevado del Ruiz ha hecho erupción.”
“Ahí se acabó la emisión y quedamos sordos, como decimos en la aviación”, rememora Guevara. De inmediato llamó a sus superiores en la Defensa Civil, pero nadie tenía información clara. Desde Bogotá le pidieron esperar instrucciones. Él, sin embargo, decidió no esperar.
A las diez de la noche, junto con algunos compañeros, tomó su carro particular y salió rumbo a Armero. En el trayecto, una llamada estremecedora confirmó sus temores: una compañera desde la sede de la Defensa Civil en Armero le avisó que el agua ya estaba entrando al pueblo.
Cuando llegaron al sector conocido como La Herida, encontraron la carretera cubierta por una capa de lodo. “Eran unos veinte centímetros, y sobre el capó de un carro había cuatro personas. Nos acercamos, los rescatamos. Todo estaba oscuro, un silencio total, y el olor a azufre era insoportable”, cuenta.
Horas después, mientras en todo el país nadie sabía exactamente qué había ocurrido, Leopoldo Guevara tomó una decisión que lo marcaría para siempre. Subió a su pequeño avión de fumigación —el mismo con el que trabajaba sobre los cultivos del Tolima— y despegó junto a un piloto amigo, Fernando Rivera.
“Era mi avioneta de fumigación, pero ese día se convirtió en un avión de rescate”, dice. Desde el aire, comenzaron a seguir la vía entre Venadillo y Armero, a baja altura. “Volábamos a unos dos metros sobre la carretera. En esa época no había tantos cables ni obstáculos. Íbamos buscando señales de vida.”
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Lo que vieron al llegar al valle los dejó sin aliento. “Todo era barro. Una laguna inmensa. Había gente enterrada hasta el pecho, moviendo los brazos, pidiendo auxilio. No había cómo aterrizar, no había dónde. Fue la escena más triste que he visto en mi vida.”
A través de su radio, Guevara informó a Ibagué lo que estaba viendo. Él fue el primero en confirmar oficialmente que Armero había desaparecido. Su mensaje viajó por la red de comunicaciones de la Defensa Civil y luego llegó a los medios nacionales. Así, Colombia supo la magnitud del desastre: un pueblo entero sepultado bajo la avalancha del río Lagunilla.
Desde ese momento, su voz quedó ligada a la historia. Fue, literalmente, el hombre que le contó al mundo lo que había ocurrido.
Cuarenta años después, Guevara sigue visitando el sitio donde alguna vez existió Armero. Lo hace sin cámaras, sin discursos, solo con memoria. “Perdí muchos amigos. Yo tenía clientes allá, los conocía a todos. Cada año vuelvo y es como volver a vivirlo. A Dios gracias, no perdí familia, pero sí parte del alma.”
En cada aniversario, mientras las cruces blancas se alinean sobre la tierra silenciosa, Leopoldo Guevara camina despacio entre los recuerdos. Su historia, sencilla y sincera, recuerda que la tragedia no solo se mide por las cifras, sino por las voces que se atrevieron a contarla.
Porque aquella madrugada, cuando todo era confusión y silencio, un hombre en un pequeño avión agrícola rompió la oscuridad para decirle al país una verdad devastadora:
“Armero ya no existe.”