Accidente Chapecoense.
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Suministrada.
14 Nov 2025 01:42 PM

El grito de gol que nunca fue: La crónica de la ilusión; Chapecoense campeón y vivo

Yuli
Metaute Londoño
Esta crónica es el eco de un grito de gol imaginario desbordándose en el Atanasio Girardot, un aplauso unánime por un campeón continental.

Esta no es la crónica de lo que fue, sino el relato de la ilusión que todos quisimos vivir. Es el eco de un grito de gol imaginario desbordándose en el Atanasio Girardot, un aplauso unánime por un campeón que ya era dueño del corazón continental.

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Esta es la fantasía en la que el Chapecoense levanta la Copa Sudamericana en suelo colombiano, pero vivo, riendo, celebrando su gesta. Porque, si pudiéramos volver al 28 de noviembre de 2016, todo hincha en Colombia, sin importar el color de la camiseta, habría elegido sin dudarlo, verlos triunfar en la cancha... y verlos regresar a casa.

Accidente Chapecoense
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Archivo.

El grito de gol del narrador de Colombia, Jorge Eliécer Torres, se desborda en el estadio Atanasio Girardot, se multiplica por toda Medellín y por todo el país. En la reposición, el Chapecoense lo ha logrado. En un partido épico, con el corazón apretado de lado y lado. El "Verdão de Chapecó" acaba de marcar el gol que sella el 2-1 sobre Atlético Nacional, el gol que les da la Copa Sudamericana en tierra colombiana.

El banquillo explota, los suplentes corren a abrazar al héroe Rangel. Las lágrimas brotan en la grama, pero son lágrimas de gloria, de hazaña pura.

El Atanasio, vestido de verde, se pone de pie para aplaudir al campeón. No hay rencores. Solo hay admiración, una alegría genuina y compartida por un equipo que, con su fútbol sencillo y aguerrido, ha conquistado a todo un continente.

Esta es la escena. La postal que habríamos atesorado. El titular que jamás envejecería: "Chapecoense, Campeón en la Cuna del Campeón". Pero esta imagen, tan vívida y palpitante, es un eco doloroso, un deseo colectivo que se estrella contra el calendario.

Accidente Chapecoense.
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Hace exactamente nueve años, el fútbol dejó de ser un juego para convertirse en un sudario. Aquella noche del 28 de noviembre de 2016, el eco que se escuchó no fue el del gol de la victoria en la voz del narrador de Colombia, Jorge Eliécer Torres, sino el silencio helado tras el impacto en el Cerro Gordo, hoy rebautizado Cerro Chapecoense.

El sueño de la final continental no aterrizó en la pista del José María Córdova de Rionegro, sino que aterrizó en la eternidad...

Y aquí viene la verdad más grande, la que une al hincha de Atlético Nacional, al del DIM, al del Millos, al del América, al de Santa Fe, al de "Curramba" y a cualquier colombiano: si nos pusieran a escoger, si un poder divino nos diera la opción de regresar a ese punto de inflexión. El título, las copas, la rivalidad; todo, pasaría a un segundo plano.

Todos habríamos elegido, sin dudarlo un instante, el grito de gol y el aplauso final en el Atanasio Girardot. Habríamos querido verlos alzar esa copa, que ya era suya por mérito, sudor y valentía. Habríamos preferido ser subcampeones y que ellos fueran campeones; pero vivos, riendo, celebrando su gesta. Porque hay victorias que superan la cancha, y la victoria de la vida es la única que importa.

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Cuando faltaban solo 13 kilómetros para aterrizar en el Aeropuerto de Rionegro, el vuelo 2933, cargado de ilusiones, se estrelló en el cerro por falta de combustible. Aunque seis personas sobrevivieron milagrosamente, 71 pasajeros murieron.

Esta tragedia marcó la historia del deporte mundial y, especialmente, la vida de los bomberos que hicieron hasta lo imposible por rescatar a la mayor cantidad de personas.

La Aeronáutica Civil reveló que la aeronave incumplió el plan de vuelo al no reabastecerse de combustible en Bogotá. El vuelo chárter tenía una parada obligatoria en la capital, pero decidió volar directamente a Medellín.

Para periodistas con la larga trayectoria de Rouget Taborda, la cobertura del accidente aéreo del equipo Chapecoense representó uno de los momentos más tristes y difíciles de su carrera.

La responsabilidad de conducir una noticia de esa naturaleza exigió un profesionalismo extremo. Rouget y sus colegas tuvieron el deber de informar con la máxima precisión y sensibilidad, equilibrando el dolor humano masivo con la necesidad de entregar datos veraces a un público conmovido y ávido de información. Fue una lección de que el periodismo, incluso el deportivo, en ocasiones debe navegar la más profunda de las tragedias.

Por su parte, Yony Gutiérrez, con más de 23 años de experiencia en el periodismo deportivo y hoy referente en el país, destacó la importancia de entregar la información desde Medellín a los familiares de las víctimas en Brasil. Particularmente, le tocaron mucho las historias de los futbolistas fallecidos, como la del jugador que le pidió matrimonio a su novia justo antes de viajar.

El periodista Gutiérrez indicó que, a pesar de que la tradición paisa marcaba desde hacía más de dos décadas la explosión de alegría de la Alborada el 1 de diciembre, ese amanecer de 2016 fue radicalmente diferente. Las calles de Medellín, normalmente encendidas por la pólvora, guardaron un silencio sepulcral.

Fue una mañana sin fiesta, una muestra de luto colectivo tan profundo; que parecía que los 71 fallecidos no eran extranjeros, sino paisas que se habían ido en el cerro. La ciudad detuvo su fiesta más ruidosa para honrar un dolor que sintió como propio. 

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La despedida en el estadio

Esa noche del 1 de diciembre de 2016, el Estadio Atanasio Girardot dejó de ser un escenario deportivo para convertirse en el epicentro de un luto continental. Más de 45.000 almas llenaron hasta el último rincón de las tribunas, mientras miles de personas se congregaban en los alrededores, compartiendo el mismo dolor bajo la lluvia.

Las lágrimas, las velas y los gritos de la hinchada reflejaban el desconcierto de una historia que no debió escribirse. Era un mensaje que conmovió hasta el alma de los brasileros. José Serra, ex canciller de ese país, se mostró sumamente conmovido con los colombianos al acompañar su tragedia e hizo salir lágrimas furtivas con sus palabras a los miles de amantes al fútbol.

Allí; no hubo rivalidades, solo un río de lágrimas, impotencia y dolor que desbordó la cancha. Con 71 nombres flotando en el aire, el clamor de Medellín fue un grito silencioso que abrazó a las familias, a los futbolistas, a los periodistas y a la tripulación. Desde ese día, el pueblo brasileño agradeció enormemente este gesto, sellando un pacto eterno entre ambos países.

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Fuente
Alerta Paisa